De niño visitaba a mi abuela durante los periodos de
vacaciones en México, crecí esperando que llegaran estas fechas, mucho recuerdo
esos momentos de juguetes, reyes magos, vacaciones con mis primos, jugar en el
patio.
Mi abuela tenía una bugambilia en el patio de su casa, tenía
gallina y gatos. Nosotros teníamos toda suerte de juegos en ese patio de
encanto. Había una casa en construcción y una fábrica antigua que había dado paso a una serie de condominios inconclusos
que nosotros explorábamos (Mis primos los Pacheco en nuestras primeras
vagancias).
El árbol era una casa embrujada, el halcón milenario que nos llevaba a otras galaxias y cualquier otro instrumento de nuestra imaginación. Mirándolo desde un segundo piso observaba el fin de la tarde cuando el sol ya estaba por concluir y las campanas del barrio de Santiago anunciaban la víspera de la misa.
No solamente yo
admiraba ese paisaje, un pariente se había animado a retratar en un cuadro esa
vista hermosa desde la ventana con las cúpulas de iglesia en el fondo y la
enredadera de la Buganvilia en primer plano.
Este árbol tenia magia, sus hojas rosadas, a veces eran moradas, verdes, luego
en otra época las miraba trasparentes, su coloración manifestaba el paso del
tiempo. Recuerdo el patio tamizado de esas hojas y lo feliz que éramos con
todos los primos entre juegos de pin pon, de fútbol y bicicletas y cualquier
ocurrencia de la etapa más bella de la vida.
Regresamos cada año a la casa de mi abuela, vivíamos en el
extranjero, y un día me encontré que habían cortado el árbol. De pronto todo cambió en ese patio, teníamos
de vecinos un condominio o una serie de departamentos (propiamente dicho),
había reducido el patio para hacer una cocina más amplia, y el árbol ya no
estaba.
Hoy miro desde la ventana del patio y la de mis recuerdos;
me es difícil ver a través de tiempo el patio con mi buganvilia, sin embargo a
veces y sin proponerlo la recuerdo a través de mis sueños, cuando el inconsciente
reclama revivir tus mejores ayeres, despierto motivado y con gratitud, por
traer de regreso a la abuela en su patio, a mi niñez y a un árbol multicolor
que se convirtió en un puente, un símbolo de felicidad.
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